
Al Villarreal le siguen sobrando minutos de partido. Anoche lo volvió a demostrar. Cuando parece que el equipo puede despegar definitivamente, llega el aterrizaje forzoso y el freno a las esperanzas.
Los primeros 65 minutos del Submarino en el último partido de la fase de grupos de la Champions, frente a un Napoli que sí se jugaba el pase a los octavos de final, contagiaban la sensación de que, por fin, enderezaba el rumbo y podía conseguir un encuentro de rendimiento completo. Pero llegó el jarro de agua de fría del gol de Inler y el Villarreal se vino abajo. De nuevo Garrido movió el banquillo, seguramente con la idea de dosificar a Zapata, Nilmar y Senna, pero el equipo amarillo perdió caché. El técnico cumplió el objetivo de reservar a sus hombres importantes, aunque minó la autoestima del conjunto. El resultado una nueva derrota, y van… La mejoría mostrada perdió lustre con el 0-2. Y el domingo llega la Real Sociedad. Algo más que un partido de la jornada 15 para el Submarino.
Las despedidas siempre son tristes y melancólicas. Anoche, el Villarreal le decía hasta luego a una Liga de Campeones gris para ellos, ya que se van sin haber logrado al menos un punto. En juego estaba el orgullo y la prima de 800.000 euros por partido ganado que otorga la UEFA, pero en este caso había mucho más importante que eso: la credibilidad como equipo del grupo de Garrido.

La diferencia principal con el bloque que rozó el ridículo en Santander, fue la actitud. Los amarillos se emplearon con ese plus de agresividad que requiere la competición, hasta en algunos casos puntuales bordeando el límite del reglamento, pero logrando que esas tres tarjetas que el árbitro mostró en la primera parte, parecieran hasta estéticas. En la pizarra de Garrido se vieron algunas notas que causaban satisfacción. El regreso de Ángel al lateral derecho se antojaba como un muestra de la antigua grandeza de este Villarreal, igual que el lujazo de ver a Marcos Senna dándole empaque al centro del campo. Lo mismo que el regreso de Nilmar al eje del ataque, una cuestión que agradeció Marco Ruben. Esos tres detalles transmitían buenas vibraciones a los románticos de El Madrigal. El Villarreal jugaba como un equipo de Champions. En solo cinco minutos había creado más ocasiones de gol que cuatro días antes en El Sardinero, con un tiro al poste incluido de Marco Ruben.

Las bajas de Cani, Gonzalo y Borja Valero no se notaron. Zapata le puso su nombre al eje de la defensa amarilla, erigiéndose en dueño y señor tanto por arriba como por abajo. La nota más significativa se llamaba De Guzmán, contagiado de una agresividad y un espíritu de trabajo desconocido hasta anoche con la camiseta amarilla. Nilmar, mientras, otorgaba ese toque de distinción necesario en ataque. Los que siempre han rendido, recuperaron otra vez el tono perdido en Santander, como eran los casos de los Musacchio, Bruno o Marco Ruben.

Todo apuntaba bien, pero este Villarreal aún adolece de la fortaleza mental suficiente para afrontar cualquier traspiés. Como el que llegó en el minuto 65, en un tiro desde 20 metros de Inler que durmió en la red. Entre el 0-1 y esa manía de Garrido de hacer los cambios en los instantes más inoportunos, el Villarreal se vino abajo y regresó a sus viejos problemas defensivos. De otra manera no se puede entender tal pasividad a la hora de defender un córner. Hamsik lo tuvo fácil para cerrar el partido y la clasificación del Napoli para octavos con el 0-2. El Villarreal volvía a ser el equipo triste y sin alma que ha concluido la Liga de Campeones con un triste récord negativo de cero puntos y que, en el torneo doméstico, se halla a solo dos puntos del descenso. La victoria tiene que esperar… otra vez.
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